Kathoey BKK

“No recuerdo la primera vez que quise ser mujer. Aunque ya no importa. Tengo claro que no lo soy. Ni quiero serlo. Soy una sao praphet song*. Ni mejor ni peor, diferente. Lo mejor de las mujeres y también lo que ellas jamás tendrán. Por eso nos buscáis. Os sentís incompletos, queréis cerrar el ciclo, finalizar vuestra búsqueda. Somos listas y os conocemos mejor que cualquier mujer de este mundo”.

Sonríe juguetona, mientras cierra con elegancia la roja y brillante cortina tras de si. Con un certero y calculado movimiento me acaricia suavemente el hombro. Todo en ella rezuma levedad. Como cuando estás saliendo de la anestesia después de una operación quirúrgica. Parece que estemos flotando en aceite.

“¿Por qué me preguntas eso?” Abriendo sus enormes y retocados ojos “¿Te interesa realmente o es qué no sabes que decir para pasar el tiempo?»                              «Relájate cariño”. Coloca su manita de porcelana, casi transparente, sobre mi muslo. “Aquí las cosas se hacen al ritmo que tú marques”.

“Vaya, realmente tengo curiosidad”, comenta el extranjero. “Nunca en mi vida vi tantas ladyboys como en esta ciudad. Es algo a lo que llevo dándole vueltas mucho tiempo”.

“No eres el único”. Se separa pacientemente unos centímetros, lo justo para darle un matiz serio a su conversación, pero lo suficiente para no romper la teatralidad sexual del momento. “¿Pero y qué si somos muchas? ¿No es eso por lo qué venís? Estamos aquí para agradaros, seamos una o cientos. Nos deseáis, nos ayudáis, y a cambio nosotros os damos lo que pedís. ¿No es así?”. Sus ojos aletean buscando mi aprobación. Su piel marmórea parece irreal. Es irreal.

“¿Es que en tu país no hay mujeres como yo?”
“Mmm, no es que no haya, pero no sé, están más ocultas, todavía está mal visto que se paseen por ahí, libremente. Desde luego, están mucho peor que aquí”.

“Ay dulzura, no te equivoques”. Saca un cigarrillo del paquete que el extranjero tiene sobre la mesa de cristal. “Nosotras somos el espectáculo, el juego, el entretenimiento. Pero ahí termina todo. Mi vida aquí no es fácil, ni la de ninguna de nosotras. El gobierno, la gente nos necesita. Nos necesitan tanto que nos humillan. Seguramente igual que en tu país. Somos publicidad, somos dinero, sexo, negocio. Que no se te olvide esto. Nadie va a pasear conmigo de la mano un domingo a mediodía. Nadie se va a enamorar de una kathoey*. Y si lo hace, será en la clandestinidad o no será”.

“¿Nunca se han enamorado de ti?” El extranjero sigue insistiendo, percibe como va cayendo algo de esa mascara de artificialidad autodefensiva que ella enarbola con orgullo. “Quiero decir, no alguien que te de cariño, o que pague tus facturas y tu compañía. Amor de verdad, de ese que duele cuando se termina”.

Se arregla el cabello con disimulo y cruza sus largas y poderosas piernas. “Eres muy raro cariño”. Lo mira de arriba a abajo, escudriñándolo a fondo. “¿Te pasa algo?” El extranjero la tiene un poco desconcertada. “No, no”, titubea él. “Solo es que me interesa mucho el tema. Casi diría que me obsesiona”.

Sonríe jovial y suspira, mirándolo divertida. “Si que eres raro, lo supe desde el primer momento que entraste al pub. Por eso intenté acercarme a ti antes que las demás. Además de que eres muy guapo claro”. Se acerca lentamente mientras termina la frase. Su aliento dulzón y caliente inunda las fosas nasales del extranjero. Se empieza a poner nervioso. Trata de mantener el ruido de la conversación por encima del bombeo de su corazón. “¿Me vas a responder o no? Si tan bien te caigo, no te importará satisfacer mi curiosidad no?”.
Le besa en los labios. Da un sorbo a su copa, que por supuesto, también pagó él. Tuerce la cabeza en un gesto de profundidad fascinante. Su apariencia cambia. Ha pasado de amante a madre en menos de dos segundos. Afectuosa, se sabe la protagonista del momento.

“Hace mucho tiempo. Él era taxista. De esa compañía con los coches de color rosa. Empezó como todos. Engañando a su mujer, matando de hambre a sus hijos, y todo por satisfacer su propio placer egoísta. Este era un caso perdido, empezó a pagar por acostarse con mujeres, pero cuando lo intentó por primera vez con una de nosotras, nunca más quiso probar otra cosa. Es algo que les suele pasar a muchos hombres”. Sus ojos me taladran. “La mayoría siempre repetís”.
“En el pub ya lo conocían, pero conmigo todavía no había estado. Era pequeño, tenía cara de rata y le faltaban varios dientes. Intenté evitarlo desde el primer día. No sé porque. Quizá alguien arriba me estaba protegiendo porque conocía mi debilidad. No quería exponerme. Pero es mi trabajo, y si alguien merodea por la guarida mucho tiempo, el espectáculo debe continuar. Yo hice mi mejor actuación, pero él me supo corresponder con creces. Me enamoré de él. Vaya si lo hice. Me volví una adicta, y no sólo a sus caricias y a sus promesas vacías. Mientras más me enamoraba de él, peor me trataba, y mientras peor me trataba, más me enamoraba de él. Empezó por no pagarme los servicios, y acabó pidiéndome dinero, que yo sin saber muy bien porqué, le proporcionaba. No era especialmente guapo, ni tenía dinero, ni era elegante o divertido. Pero me volví completamente dependiente de su presencia. Si una tarde no se pasaba por el pub, lo llamaba. Si hacía varios días que no sabía de él, me volvía loca. Cada vez que lo imaginaba con su mujer o sus hijos se me revolvían las tripas. Muchas veces se acostaba con otras, pero me daba igual. Para mi era suficiente con que volviera. Nunca llegó a pegarme, eso si. Pero no hacía falta. Cada gesto de desprecio, cada palabra cobarde que soltaba su lengua de serpiente, era peor que una bofetada. Me trataba cada vez peor, me ignoraba, jugaba con mi desesperación. Y yo cada día lo quería más.
Una mañana al alba, saliendo de trabajar, me abordó con el taxi. Tengo que llevarte donde unos amigos, hay unas deudas pendientes, me mataran si no les pago. Sólo tu puedes ayudarme, por favor, te lo suplico. Que te ayude tu mujer, desgraciado. Si piensas que voy a cobrar tus deudas con mi culo, estás listo. Ni pensarlo.
Pero enamorarse de alguien no se elige, simplemente se acata la resolución de tus entrañas. Y se sobrevive. Así que me fui con él. Montado en su taxi rosa. Terminamos en una zona que ni siquiera conocía. Sólo las vías del tranvía que teníamos encima me resultaban familiares. Justo debajo había un parque lleno de estatuas polvorientas. Alguna pintada. Daba un poco de miedo. No recuerdo mucho más. Había cuatro esperándome, un quinto sentado al volante de un motor en marcha. Frenó enfrente de ellos, abrió la portezuela, y caminando lentamente se sentó en el lado del copiloto. La charla fue breve. El hombre del volante bajó y me observó fijamente. Con deseo, pero también con una dureza que me hizo temblar de arriba a abajo. Me cogió la mano y se la llevo a su miembro. No recuerdo cuantos me penetraron, porque algunos simplemente se contentaron con mirar y masturbarse.
Cuando todo terminó, miré hacia el otro lado. Mi taxista se había ido. Ni siquiera tuvo la decencia de esperarme, de llevarme a mi casa. No lo volví a ver más. A los dos meses había olvidado el incidente, para mi era como un mal sueño. Pero se me destrozaba el alma cada vez que me acordaba de él. Intentaba llamarlo y no daba señal. Insistía una y otra vez. Estaba como drogada. Al final cambió de número, yo me tiré dos días llorando sin parar, llorando su muerte. Después de todo, lo seguía queriendo. Después de todo.”

El extranjero se había quedado de piedra. No esperaba una historia de tal calibre. O quizá si. Era periodista, estaba preparando un libro sobre el negocio del sexo en Tailandia. Y estaba delante de la guinda de un trabajo de investigación de varios meses. Un caramelito caído del cielo. No podía creer su fortuna.

“¿Te parece suficiente dolor cariño?» Asiente el extranjero. “Dime entonces si lo que sentí fue amor o no”. Se ríe sin ganas. “Claro que es amor”, La mira tiernamente. “Te enamoraste de la persona equivocada. Pasa todos los días. Cada segundo, cada instante de la existencia humana.”

Alguien no te corresponde. Es un gran poder, y como los superheroes de comic, también conlleva una gran responsabilidad. Hay quien no es capaz de resistir el placer de someter a un semejante y acaba transformándose en el hijo de puta más grande del universo. Hasta que un día se mira al espejo y no se reconoce. Y vuelta a empezar.

“Es cuestión de suerte”, dice el extranjero. “A veces te tocan malas cartas en el juego”.

“Suerte o no, quizá el destino me reservaba una lección”. Se pone seria como una niña pequeña. “Ahora estoy preparada. Se defenderme. Ya no volverá a pasar”.

El extranjero mira a través de la rendija de luz que deja pasar la cortina. Hay decenas de hombres paseando por el pub, bebiendo, charlando con las damas. ¿Quien será el próximo de esta cadena interminable? Es posible que ella esté preparada para un ataque desde fuera. ¿Pero que ocurrirá si el ataque comienza a corroer su voluntad desde el interior? Un caballo de Troya inesperado. Por mucho que lo preparemos, hay poco que hacer contra nosotros mismos. Mucha gente ve el amor como una enfermedad infecciosa. Más bien habría que verla como un cáncer. Para lo bueno y para lo malo, sale de dentro.

“¿Alguna pregunta más cariño? ¿O solo has venido aquí para charlar?” Se impacienta. Busca otro cigarrillo a tientas, mientras no deja de mostrar la mejor de sus sonrisas.

“Creo que es suficiente”, musita el extranjero, que está más que satisfecho. “Toma tu dinero, hoy no me apetece nada más.”

“¿ Ya hemos terminado? ¿Es que no te gusto? ¿He dicho algo que te haya asustado? No te preocupes, soy inolvidable en la cama, todos lo dicen.” Se ciñe al cuello del extranjero, firme, pero con ternura. De nuevo el olor dulce, denso y caliente.

“No de verdad, ya tengo suficiente. Es tarde y tengo un día largo de trabajo mañana”. Se zafa como buenamente puede. El extranjero sabe que le espera una noche en blanco, volcando toda la conversación en el disco duro de su portátil.

Paga su cuenta, y se aleja. Ella no insiste más. Dinero fácil y esfuerzo mínimo. Está contenta. En medio de las luces de colores, la muchedumbre enfervorecida por el alcohol y el sexo, parece una estatua de sal. Imponente en medio de tanta vulgaridad. Lo mira por ultima vez.

“Adiós extranjero”. Sonríe. “Eres raro, muy raro”. No sabe si lo dice con desdén, con cariño, o ambas. Tampoco le importa mucho. Tiene su material, lo que había venido a buscar.

Se aleja. Ella ya está enfrascada en su iPhone. Un retiro de paz más para el que sufre o aborrece la realidad.

El extranjero escribirá un libro. Se hará famoso. Es un bestseller que denuncia el maltrato a los transexuales en Tailandia. Ahora los tertulianos podrán justificar su nauseabunda ideología colonialista, una tabla moral donde aferrarse mientras su propio país viaja a la deriva. Miles de ingenuos citarán el libro y serán aplaudidos en estériles conversaciones en las redes sociales. La punta del iceberg de un movimiento que desconocen, del que no desean escarbar más que someramente, lo justo para apaciguar su alma burguesa. Quizá teman encontrarse con ellos mismos si profundizan.
Mientras tanto el extranjero será invitado a decenas de mesas redondas, cientos de entrevistas, varios premios. Todo el mundo acaba preguntando por la violación del kathoey. La anécdota, el morbo. Nadie parece darse cuenta de que es otra historia de amor más. Como las que sufrimos todos. Puro metabolismo cotidiano.
Pero el extranjero pone cara de interesante cada vez que alguien le saca el tema. Sonríe, asiente con gravidez para darle la razón a su interlocutor.

Como Ella, El extranjero también sabe prostituirse.

 

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Este texto está inspirado parcialmente en un reciente viaje a Bangkok, así como en las fotografías de “Common Love”, magnífico libro del fotográfo y profesor español afincado en Singapur Isidro Ramírez. Isidro, entre otros trabajos, está embarcado en un ambicioso proyecto en el que retrata el espacio urbano y social de las grandes urbes del sudeste asiático. Con una visión irónica y llena de cariño hacia la ciudad, Common Love es su particular retrato de Bangkok.
Para saber más de las ladyboys y de la realidad actual de Bangkok, recomiendo encarecidamente el Blog “Bangkok Bizarro” del Periodista Luis Garrido-Julve, actualmente afincado en la capital del reino de Siam.


*Kathoey es el término Tailandés para referirse a travestís y mujeres transexuales. Aunque en su origen se utilizaba como equivalente a “tercer sexo o género”, hoy en día ha adquirido una denominación mucho más amplia, y muchos tailandeses utilizan este término para referirse a hombres gays afeminados, a hombres que se visten de mujeres, o mujeres en cuerpo de hombre. Incluso en determinados contextos puede llegar a ser un término peyorativo. Por este motivo muchas ladyboys prefieren ser consideradas a si mismas como mujeres, “sao praphet song” (segundo tipo de mujer) o “phet tee sam” (tercer sexo).

4 Respuestas a “Kathoey BKK

  1. Muy bueno, Miguel, hasta he imaginado que la situación fue real y que tras el periodista estás tu (con la anuencia de Lucía, of course)

    • Es lo que tiene conocer al autor Amado jejeje, pero prometo que no es autobiográfico :-P!
      Si que tuve oportunidad de conocer a alguna Kathoey, y el tema de la tercera identidad sexual es algo que me fascina, igual que al protagonista del relato.
      Un abrazo gordo!

  2. ¡Fantástico, Miguel! La historia del taxista realmente puede doler en Occidente, pero aquí he conocido muchas similares, e incluso más escabrosas. Sobre todo en la piel de una kathoey, cuya protección es mucho menor. No imaginas, en cambio, lo que pasa en prisión, donde las mujeres con manivela pasan a ser el premio gordo de los malotes entre barrotes. Algunas hasta fuerzan su entrada a la cárcel para vivir esa situación.

    Lo que es más triste, y lo relatas bien, es cómo se viviría en Europa un libro que hablase de estos temas con este punto de vista. La moralina occidental se taparía la nariz y criticaría la forma de vivir del Nuevo Mundo, en lugar de entender el por qué o mirar más allá.

    Cuando vengáis por aquí os llevo por lugares de estos. ¡Ah! Y lo de «eres raro» me lo han dicho demasiadas veces en esos ambientes. Ya estoy acostumbrado a ello 🙂

    ¡Abrazo!

    • Muchas gracias Luis! no has podido explicar mejor lo que quería transmitir!!! Lo del éxito de las Kathoey en las cárceles lo leí en tu blog, es increíble como cambia la situación en función de los recursos disponibles eh?
      Deseando estamos que nos lleves a todos esos sitios que relatas tan bien en tu diario de bitácora particular! un abrazo!

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