Entre Flores y Dragones. Parte III

Perseverancia, conocimiento y aislamiento. Tres variables definitorias de la observación de fauna, válidas para cualquier tipo de hábitat. Mientras mas raro y esquivo sea el bicho, más ingredientes necesitarás de uno u otro tipo, pero la esencia es siempre la misma. Perseverar: tiempo y paciencia para no desfallecer en la búsqueda ni desanimarse con la derrota. Conocer: el terreno, la ecología y comportamiento del animal, preveer sus rutinas y adelantarte a sus movimientos. Aislamiento: mientras más te alejes de otros seres humanos, en el tiempo o el espacio, tanto mejor. Lo mismo da que sea perdiéndote en lo más profundo de la selva amazónica que levantándote de tu cama a las cinco de la mañana, cuando ni siquiera los abuelitos que dan de comer a las palomas del parque han tomado su desayuno con porras.

Básico y escueto. No hay mucho más.

Ya me valdría haber escrito esto unos meses antes y estampármelo a fuego en mis neuronas.
Aplicarse el cuento, gran verdad de todas las madres del mundo, cocida en el fuego lento de su vasta experiencia. Yo, que me jacto de tener el culo pelado de patear el campo a horas intempestivas, de maquinar las cabriolas que hagan falta para no coincidir con la ruidosa muchedumbre, con los dragones de Komodo la he cagado pero bien.

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En mi defensa creo necesario añadir que uno se relaja más de lo debido cuando recorre paisajes de ensueño, a fin de cuentas transito entre efluvios tropicales, al amparo de corales psicodélicos; Y claro, cuando me quise dar cuenta ya me habían colocado un paseo organizado de dos horas por la isla de Rinca. A las tres de la tarde, con gente que considera que dar voces en el campo es un ejercicio de sana espiritualidad, y con una solanera que derretía las meninges, donde los dragones y cualquier otro bicho con dos dedos de frente estarían bien escondiditos, respirando la brisa benefactora de sus madrigueras, descojonándose de estos estupidos seres bípedos que no dejábamos de sudar a chorros y beber con avidez de nuestras cantimploras metálicas de diseño.
Mira que me avisaron “-si vas a Rinca o Komodo con prisa y a horas intempestivas los dragones pueden defraudarte un poco.-” Pero claro, te dicen que en un rato tendrás solucionada la papeleta, -”en Rinca los ves seguro”- que será más productivo (diabólica palabra) y así aprovecharás mejor el tiempo en la zona, y como buen hijo del alienamiento occidental, muerdes el anzuelo.
El ansia autolítica de una sobrevalorada sociedad. Instalados en nuestro País de las Maravillas, indiferentes, como la Reina Roja del cuento no paramos de correr para permanecer siempre en el mismo lugar. Hasta el ocio lo hemos transformado en una competición. En 10 días nos ventilamos Vietnam Laos y Camboya; ¡Visite Praga, Viena y Budapest en un fin de semana! ¡Coma y beba hasta que no pueda más en nuestro exótico resort calcado del anterior! ¡No sé pregunte por qué, simplemente puede hacerlo! Todo esto por supuesto sin parar de hacer fotos y conectarse a internet. Con un poco de suerte esa zorra que te hizo la cobra la última noche de carnavales y a la que, apelando a la probabilidad de mojar en segundas nupcias, agregaste a Facebook, ve tus fotos de los fiordos Noruegos y revienta de envidia. Lo que hoy publicas en Instragram o en tus redes sociales preferidas caducó anteayer. En el pasado día Nacional de Singapur la multitud rezumaba ecos de júbilo, ansiosos ante un inminente espectáculo pirotécnico. Mientras la bahía se fundía en miriadas de cristales de fuego multicolor, la mayoría se dedicaba a grabarlo con sus tabletas y móviles. Poca gente parecía disfrutarlo, sólo o con sus semejantes; pocos cogiendo la mano de su hijo, pocos aferrados al brazo de su pareja. La gente acumula y excreta a una velocidad endiablada. Objetos, amantes, diplomas, experiencias. Ciertamente la acumulación es conocimiento, plenitud, sabiduría; es deseable. Pero como todo en esta vida, cuando algo se convierte en una obsesión, en una desviación extrema de la idea original, se torna en algo insano y perverso. Peligroso.

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Llegando a la Isla de Rinca

Lo dicho, bienvenido a la rica neurosis de querer abarcarlo todo. Toca joderme. Llegar a las Islas de Komodo o Rinca puede ser complicado si viajas sólo. No hay asentamientos estables mas allá de algunas cabañas y almacenes donde pernoctan trabajadores y guardabosques. Así que la inmensa mayoría de los turistas pasan unas cuantas horas en la isla como hice yo, o a lo sumo duermen en un bote anclado en alguna bahía cercana a la costa, para hacer la misma excursión al amanecer (al menos te ahorras la insolación y aumenta tu posibilidad de ver bichos). La única manera de ir por libre es tratar con algún pescador o propietario de un bote para que te lleven a un punto y te recojan en otro en el tiempo y lugar que acordeís. Pero es caro. Y no es algo que se pueda hacer en un santiamen. Hay que ir al puerto, preguntar a unos y a otros, hasta que al final algún desocupado o su cuñado que aparece después de un rápido y certero telefonazo se decida a pegarte el sablazo, que los Indonesios para eso son bastante duchos. Al final casi no queda más remedio que acudir a los tours organizados que se esparcen a docenas a lo largo de la calle principal de Labuan Bajo.
La mayoría de la gente que tiene prisa o que viene solo a bucear acaba dando un paseo por la ruta más transitada de la Isla de Rinca (donde la densidad de dragones es más alta que en Komodo). El paisaje es agradable, sobre todo si vas al final de la temporada de lluvias cuando el verdor de la hierba amortigua el calor pegajoso que te rodea. No me quiero ni imaginar como debe ser eso en verano, ruido de chicharras como si estuvieras en medio del bombardeo de Pearl Harbour. Como digo, es altamente recomendable evitar por todos los medios las horas mas calurosas del día y así el paseo será más fructífero. Es obligatorio hacerte acompañar por un ranger (previo pago de las tasas por visitar el parque), muy pintoresco y cómico, vara de avellano en ristre, con la que supuestamente debe protegerte en caso de encuentro fortuito con algún dragón hambriento. nuestro guía acababa de despertar de la siesta y no estaría muy hablador hasta casi una hora despues de iniciar la ruta. Supongo que no es el trabajo de su vida, y que estará de guiris blanquitos en chanclas hasta los mismísimos. Pero es dinero seguro. Y no es cuestión de desairar al hermano de su madre que lo colocó aquí.

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Ranger de Komodo con arma reglamentaria

Así y todo la ruta merece la pena. El paisaje te traslada a eras geológicas anteriores al hombre, y uno espera encontrarse con un Tyranosaurio Rex acechante detrás de cualquier loma. Hay (dicen) bufalos, ciervos y cerdos salvajes, y por supuesto nuestros gigantescos protagonistas. Que desde luego vas a ver, pero quizá no en las condiciones que esperabas. Justo al inicio de la ruta en Rinca, al lado de las cabañas de los rangers, suelen descansar dormitando cuatro o cinco varanos. Los locales juran y perjuran que no les dan de comer, que son salvajes, pero yo he visto vacas más broncas que estos lagartos. Y si, son impresionantes: el tamaño desproporcionado, la piel rugosa, con escamas que parecen esculpidas, unas garras afiladas del tamaño de una mano adulta. Todo en él inspira primitivismo. Pero para algunos entre los que me encuentro el contexto lo condiciona todo. ¿De que me sirve ver un tigre en un zoológico si sé que a cien metros donde termina la valla hay una fábrica de zapatos y una autovía por donde pasan miles de coches cada día? No se puede engañar a la realidad cuando uno no quiere. El genial escritor japonés Junichiro Tanizaki lo expresa mucho mejor que yo en su libro “Retrato de Shunkin”, cuando habla del canto de un ruiseñor amaestrado, el más preciado tesoro de su protagonista.

“Ningun ruiseñor salvaje tiene una voz tan bella. Habrá quien diga que es una belleza meramente artificial; nada más hermoso, les dirán a ustedes, que el canto del ruiseñor salvaje cuando de improvisto irrumpe desde la bruma sobre un arroyo, o mientras se camina por valles profundos buscando las flores de la primavera. Yo no puedo estar de acuerdo. Es sólo el tiempo y el lugar lo que hace tan conmovedora la llamada del ruiseñor salvaje; si nos paramos a escuchar, nos damos cuenta de que su voz dista mucho de ser hermosa. Pero cuando se oye a un pájaro tan perfecto como Tenko, recuerda el sereno encanto de un barranco apartado: un arroyo impetuoso nos murmura, nubes de flores de cerezo flotan ante nuestros ojos. Las flores y la bruma están por igual dentro de ese canto, y se nos olvida que seguimos estando en la polvorienta ciudad. Es ahí donde el arte rivaliza con la naturaleza. Y también en eso esta el secreto de la música”.

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Paisaje prehistorico en Rinca

Pues eso, que ver un dragón ronroneando debajo de una hamaca no es precisamente la idea que yo tenía de un ser único, bello en su tosquedad. Como dulce consuelo al menos me quedo con la excusa perfecta para visitar en el futuro estas fascinantes islas y ver, de una vez por todas, a sus más insignes habitantes en el entorno que ellos merecen. Prometo volver.

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«Fiero» dragón de Komodo echádose la siesta

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Atención al detalle de las garras

No quisiera terminar estas líneas sin hablar de otro de los mastodónticos protagonistas de estas latitudes. Las Mantas Rayas o Mantas gigantes. Se trata de dos especies muy similares, de distribución mundial, emparentadas con los tiburones. Aplanadas dorsoventralmente, pueden llegar a alcanzar hasta 7 metros de punta a punta de sus aletas. Son totalmente inofensivas, alimentándose de zooplancton y otros animales minúsculos que filtran con sus enormes bocas abiertas. Su cabeza está coronada por dos enormes apendices en forma de cinta que le dan un aspecto simpático muy característico. La especie que más facilmente se puede ver en Komodo es la Manta Raya Oceánica, Manta birostris, que acude aquí en masa a alimentarse de estas aguas ricas en nutrientes. En determinados puntos del archipiélago donde las corrientes son constantes, las mantas se concentran por docenas. Permanencen suspendidas cerca de la superficie mientras el alimento fluye a través de su boca. Todo un festín para estos bichejos.

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Manta Raya (Manta birostris) Fuente: http://www.floresdivingcentre.net

El segundo día de inmersión fuimos a dos de estos puntos de alta densidad. El resultado no pudo ser más satisfactorio. A partir del quinto o sexto avistamiento perdimos la cuenta, pero seguramente vimos más de quince. El segundo sitio, que casualmente se denomina “Manta Point”, fue realmente fructífero. Está junto a la costa de la Isla de Komodo por lo que las corrientes mareales aquí son especialmente potentes. No es un paisaje subacuático que destaque por su atractivo, alguna roca suelta y coral muerto desmenuzado, pero el espectáculo es memorable. Las mantas son muy confiadas y puedes acercarte a ellas a poquísimos metros. Nadar en medio de estos gigantes es alucinante. Mientras tu pugnas por que la corriente no te arrastre, agarrándote a cualquier saliente que encuentras o a otro compañero si hace falta, las mantas parecen no seguir las mismas leyes físicas que nosotros. Se mantienen estáticas, en un equilibrio hipnótico, corrigiendo la trayectoria con movimientos casi imperceptibles de sus aletas y larga cola. Existen pocos sitios en el mundo que alberguen tal densidad de mantas gigantes y esta vez sí, uno disfruta viéndolas en su entorno, testigo de honor en su rutina diaria. Ellas parecen mantenerse ajenas a todo el ajetreo de buceadores a su alrededor. Simplemente, cuando les apetece se alejan, se dejan llevar por la corriente y desaparecen en segundos, como si nunca hubieran estado allí. Su aspecto fantasmagórico aumenta mi sensación de estar viendo algo de otro mundo. El chute de adrenalina aumenta mi frecuencia de respiración. El sabor a plástico del regulador me llena la boca y el traje de neopreno me incomoda, se me pega al cuerpo.
Extraño en el paraíso, una vez más. Pero que paraíso amigos.

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